martes, 21 de septiembre de 2010

Capitulo 8

Los días fueron pasando, el curso acabó y ahora les esperaba una larga semana...


Aquella semana empezaba la escuela de verano para los más pequeños, con el tiempo habían conseguido que más alumnos y profesores se unieran al asunto, Marina al final también acabó dentro del grupo después de que Roque hablara con ella en privado. Aquel día se levantaron temprano, ya que tenían que estar antes para preparar todas las cosas para que los niños estuvieran cómodos, se llevaron a Darío con ellos así él jugaría con otros niños y se lo pasaría genial.

Entraron en la escuela y ya estaban Ruth y Clara Olimpia dejó a Darío con Martín y ayudó a las dos a poner las cosas en orden ya que sólo faltaba una hora para que los niños entraran. Se habían distribuido los niños en tres grupos que ocuparían tres aulas diferentes. De dos a cuatro años estarían con Ruth y Clara en la clase de segundo B, ya habían preparado la estancia con mesas y sillas pequeñas, un montón de juguetes y una estantería llena de libros con dibujos. Olimpia y Martín se harían cargo de los medianos, entre cinco y siete años, para ellos tenían el gimnasio, ya que eran más y estarían mas amplios, y por último Roque y Marina con los más grandes, que estarían en el aula de arte haciendo talleres. A parte otros profesores se habían apuntado para darles clases de gimnasia, de baile, un pequeño campus de fútbol, y algunos de los alumnos, como Julio, Gorka, Cabano, Paula, Yoli y Fer se habían apuntado a ayudar. Poco a poco llegaron todos y hacia las nueve de la mañana llegaron los niños. Algunos lloraban, otros entraban corriendo y se dirigían al grupo de amigos que ya tenían allí, otros se quedaban en la puerta con cara de asustados y tenían que ayudarles a entrar.

Olimpia, que volvía del lavabo en aquel momento, vio a una persona extrañamente familiar, ya que nunca la había visto antes, que se quedó mirándola sin decirle nada. La chica debería tener unos veintidós años como mucho y acompañaba a una niña de unos cinco, morena con el pelo rizado y ojos verdes. Aquella niña era preciosa, le recordaba a ella cuando era pequeña. La chica se negó algo para sí misma y marchó dejando a la pequeña dentro de la escuela.

Olimpia sin dudarlo se acercó a la niña.


Olimpia: Hola pequeñaja, ¿cómo te llamas?

Niña: Sonsoles, Sonsoles de Soto.


Olimpia se quedó un tanto pensativa. De Soto, como aquel tal Gonzalo de sus recuerdos.


Olimpia: Cuántos años tienes?

Sonsoles: Cinco señorita.

Olimpia: Muy bien Sonsoles, yo soy Olimpia y seré tu profesora.

Sonsoles: Vale, ¿sabe qué señorita?

Olimpia: Dime.

Sonsoles: Usted se parece mucho a mi mami.

Olimpia: ¿A la chica que te trajo?

Sonsoles: No, esa es mi hermana, Paula, vivo con ella y con mi tía Caye y mi primo Mateo desde que mis padres se fueron... (Se entristeció)

Olimpia: ¿Se fueron?

Sonsoles: Sí, al cielo...


Olimpia puso cara triste.


Olimpia: Bueno, seguro que aunque esté en el cielo estará muy cerca de ti.

Sonsoles: Seguro que sí. (Sonrió) ¿Y ves a ese? (Señalando a Martín) Es igual que mi papá.

Olimpia: Él es Martín, tu otro profesor. Anda, entra a la clase a jugar con tus compañeros.


En aquel momento Olimpia recordó algo, era el mismo recuerdo de siempre, aquel coche, con aquél hombre, Gonzalo, sólo que ahora veía quién era. Se quedó helada sin poder moverse, sin poder pensar una reacción adecuada para lo que estaba viviendo, ¡Gonzalo era Martín! Entonces miró a Sonsoles y se vio a ella de niña aunque con ciertos toques de Martín. Una lágrima le recorrió la mejilla y abrazó a la pequeña. Martín observaba la escena y se dirigió hacia ellas.


Martín: ¿Oli pasa algo?


Olimpia lo miró con los ojos hinchados y llenos de lágrimas. Se levantó, ya que al abrazar a la niña se había agachado y le cogió la mano.


Olimpia: No pasa nada, tranquilo. (Secándose una lágrima que le caía)

Martín: Nada no mujer, estás llorando, así que nada no es.

Olimpia: Martín déjalo, no es nada importante.

Martín: (Acariciándole la cara) Sabes que me lo puedes contar todo.

Olimpia: Lo sé. (Le dio un beso en la mejilla) Martín quédate con ella, voy al baño a lavarme la cara.

Martín: Vale, pero vuelve...

Olimpia: Claro que sí tonto.


Olimpia se dirigió a los baños de profesores y se encerró en una cabina, allí llamó a Félix.


Félix: ¿Olimpia?

Olimpia: Hola Félix.

Félix: ¿Pasa algo?

Olimpia: No, bueno... Sí, no sé...

Félix: Cuéntamelo, ¿es Martín?

Olimpia: No, no es Martín, bueno en parte sí, pero quiero que me cuentes sobre el accidente, quier saber quién iba conmigo en el coche, y sobre todo, donde está mi bebé.

Félix: Olimpia, dices tonterías, ibas tú sola en el coche y no tenías ningún bebé.

Olimpia: ¡Félix dime la verdad! (Empezó a sollozar) Hoy he recordado cosas...

Félix: ¿Qué?

Olimpia: He recordado el accidente y la vida que tenía antes...

Félix: (Interrumpiéndola) ¿Tu vida de antes? ¡Olimpia! Yo quería contártelo todo...

Olimpia: ¡Félix me has mentido! ¡Eres un...!


La llamada se cortó.


Olimpia: ¿Félix? (Colgó) ¡Mierda!


Martín entró en el baño.


Martín: ¿Todo bien?

Olimpia: Cariño vamos un momento a la sala de profesores...

Martín: Vale, pero tenemos un cuarto de hora máximo, Roque se irá con los grandes.

Olimpia: Vale.


Se dirigieron a la sala que había al final del pasillo y se sentaron en dos sillas.


Olimpia: Martín, yo... Te he mentido acerca de mi pasado...

Martín: ¿En qué sentido?

Olimpia: Yo... Yo, según mis recuerdos, hasta hace unos minutos, sólo recordaba de cuatro años, mas o menos, hasta hoy...

Martín: Olimpia... Yo... Tampoco tengo muchos recuerdos de mi vida... Hace cuatro o cinco años me desperté en una camilla de hospital, he tenido que montarme mi propia vida hasta ahora sin ayuda de nadie...

Olimpia: ¿Pero no recuerdas nada?

Martín: No... Tú parece que sí...

Olimpia: Ha sido al ver a esa niña, Sonsoles, me ha recordado al accidente, a mi embarazo, a Gonzalo, a ti...

Martín: ¿A mí?

Olimpia: Sí Martín a ti... En el coche en el que tuve el accidente y la pérdida de memoria había un hombre conmigo, Gonzalo de Soto, él... Él es igual que tú... Es como un reflejo tuyo, sois iguales... Y yo... Yo estaba embarazada de casi ocho meses... Y no sé porqué creo que esa niña es mi hija...

Martín: ¿Sonsoles?

Olimpia: Sí, Sonsoles, no sé porqué pero me lo parece, y su hermana, la chica que la ha traído... Paula... Paula de la Vega...

Martín: ¿De la Vega?

Olimpia: Sí Martín, mi antiguo nombre era Sandra de la Vega...

Martín: En mi accidente... ¡Sandra!

Olimpia: Martín, ¿qué pasa?

Martín: Creo que empiezo a recordar cosas...


En aquél momento el móvil de Olimpia sonó, era un mensaje, Olimpia lo cogió y lo leyó, era de Félix:

"Olimpia sé que te debo muchas explicaciones, te espero en media hora en el párking que está al lado de casa de tu madre. Te lo contaré todo."

domingo, 25 de julio de 2010

Capitulo 7

Martín se levantó y llevó a Olimpia a la proa del barco, donde mejor se veía todo. Se sentaron apoyados en la luna de la cabina y se abrazaron, aquella noche fue mágica, fue de ellos, fue la más romántica que habían pasado jamás.


A la mañana siguiente despertó Martín primero tal y como se durmieron, abrazados, estaba amaneciendo, el cielo tenía una bonita mezcla de colores, azul, naranja, amarillo, la mezcla de colores perfecta para empezar el día.


Martín: Oli cariño, despierta, mira el cielo...


Olimpia se despejó un poco y abrió los ojos.


Olimpia: Buenos días.

Martín: Buenos días mi amor. (Le dio un beso en la mejilla)

Olimpia: Qué bonito es el amanecer, me encanta.

Martín: Es precioso...


Olimpia recostó su cabeza en el hombro de Martín con una sonrisa en la cara.


Martín: Creo que deberíamos entrar a ver si desayunamos.

Olimpia: Sí, pero ahora nos lo hacemos nosotros, que sino Raúl nos mata si le despertamos ahora.

Martín: Sí, mejor lo hacemos nosotros.


Ambos se levantaron y bajaron a la cocina a prepararse el desayuno e incluso le prepararon el desayuno a Raúl por lo bien que les había tratado, y mientras que ellos desayunaban el chico se despertó.


Martín: Buenos días.

Raúl: (Con voz adormilada) Buenos días... ¿Qué habéis hecho?

Olimpia: Te hemos preparado el desayuno, te estás portando muy bien con nosotros.

Raúl: Gracias, pero no teníais por qué...

Martín: Lo hecho, hecho está, así que siéntate y disfruta.


Raúl se sentó y disfrutó del apetitoso desayuno con la pareja, seguidamente pusieron rumbo a Menorca para comer allí y salir hacia el aeropuerto ya que a las ocho y media de la tarde cogían el avión de retorno a Madrid.


Ese día entre llegar a puerto, despedirse de Raúl, comer y llegar al aeropuerto pasó rapidísimo, y estaban tan cansados que nada más embarcar ambos cayeron rendidos ante el sueño. Se despertaron cuando una azafata les avisó que estaban a punto de llegar, medio groguis bajaron del avión y recogieron las maletas. Salieron hacia la puerta y se encontraron una gran sorpresa, Félix les esperaba con el pequeño Darío. A Olimpia le salió una sonrisa de oreja a oreja igual que a Martín y fueron corriendo hasta ellos.


Olimpia: Félix no tenías porqué...

Félix: Lo sé, pero sabía que te gustaría.

Olimpia: Gracias.

Félix: Y encima se ha pasado el fin de semana diciendo “Mama” así que no tenía otro remedio.

Olimpia: (Dirigiéndose al pequeño que estaba en el carro) Mi amor, ¿has estado llamando a mami todo el día?


El niño sonrió y abrió los brazos para que su madre lo cogiera. Olimpia no le negó el gesto y lo abrazó mientras lo cogía.


Olimpia: Bueno, ahora ya estás con mami, ¿quieres ir para casa?


El niño asintió con la cabeza y se pusieron en camino hacia el párking.


Félix: Tengo las cosas del enano en el coche, os las doy y me voy.

Martín: Perfecto. Pues te acompañamos y ya vamos para el nuestro.


Siguieron a Félix hasta la plaza de párking y cogieron la mochila de Darío, se despidieron de él y se fueron hacia el coche de Olimpia. De allí pusieron camino a la ciudad, donde ya era su última semana de trabajo.


Martín se pasó un par de días en casa de Olimpia, le encantaba estar con ella y no quería separarse nunca. Pero no quería ser mucha molestia para ella así que hacia mitad de semana él durmió en su casa. Se echaron tanto de menos que apenas durmieron. Olimpia hablaría con él esa misma mañana.


Se vistió contenta, después de la noche sin él le vería, se recordó a sí misma que parecía una adolescente con las hormonas revolucionadas cuando pensaba en él, pero ese es el amor que ella sentía, un amor adolescente, un amor que pensaba que podía ser eterno, como un sueño hecho realidad.


Llegó al colegio con la sonrisa en la cara después de llevarle a Darío a su madre, y se encontró a Martín en su despacho, mirando unos papeles, como casi siempre.


Olimpia: (Abriendo la puerta) Buenos días.

Martín: (Levantando la vista de los papeles) Buenos días preciosa.


Él se levantó de la silla y la besó.


Olimpia: Martín, esta noche ha sido tan... larga...

Martín: La mía también. (La abrazó por la cintura y la besó en la mejilla)

Olimpia: He pensado que quizá te gustaría mudarte a mi casa, conmigo y con Darío, espacio para uno más tenemos.

Martín: Olimpia yo... Te lo quería comentar nada más llegar de las Baleares, pero me has mantenido la cabeza tan ocupada que se me olvidó...

Olimpia: Pues nada cariño, esta tarde recoges tus cosas y te vienes.

Martín: Vale, perfecto.


La besó tiernamente en los labios y la abrazó más fuerte.


Olimpia: A Darío le va a encantar.

Martín: (Se rió) Seguro que sí.


Martín acabó sus tareas y se fue a su casa a empaquetar y tirar todo lo que tuviera por casa. Sobre las cuatro Olimpia terminó las clases y fue a casa de él a ver como lo llevaba. Martín tenía más cosas de las que ella pensaba, pero rápidamente recogieron la ropa, las sábanas, que también le servirían a Olimpia y algunas toallas. Cogieron las cajas con los libros, y material de Martín, carpetas del colegio y trabajo y lo metieron en el coche, después las maletas y por último un par de cuadros que le gustaron a Olimpia para su salón. Pasaron a buscar a Darío a casa de la madre de Olimpia y fueron a casa para desempaquetarlo todo.


Primero cenaron ya que Darío tenía hambre, Olimpia le preparó el potito mientras Martín preparaba pan tostado con tomate y aceite para tomarlo con embutido. En cuanto ella le acabó de dar la cena al pequeño lo llevó a la cama y Martín puso la mesa para ambos. En cuando ella apareció en el salón él lo tenía todo preparado y una botella de cava en las manos.


Olimpia: Martín, ¿cava?

Martín: (Lo abrió y lo vertió en dos copas) Para celebrar nuestra primera noche viviendo juntos.


Olimpia se sentó en el sofá a su lado y cogió una de las copas. Brindaron por la vida juntos, por la vida en familia, porque siempre serían felices, cenaron hasta llenarse y por último sirvieron un buen postre.


Se despertaron a la mañana siguiente con el llanto de Darío estaban abrazados en la cama, no querían levantarse.


Martín: Ya voy yo.


Se incorporó y se levantó, pero Olimpia le tiró del brazo con tanta fuerza que volvió a sentarse en la cama, ella le abrazó y le besó la mejilla.


Olimpia: Déjalo que llore un poquito. Quédate...

Martín: Sabes que si no nos levantamos ya llegaremos tarde.

Olimpia: (En voz baja) Aguafiestas...

Martín: (Le dio un beso en la mejilla) Lo se, pero si no los demás se preocuparán.

Olimpia: Vale, me voy a la ducha, ya sabes como darle el potito al pequeñín.

Martín: De acuerdo jefa.


Olimpia se rió y se besaron, seguidamente cada uno fue a sus labores. Martín entró el la habitación de Darío, y él lo esperaba en la cuna de pie agarrado a los barrotes.


Martín: ¿Qué pasa pequeñín? ¿Tienes hambre?


Darío asintió y Martín lo cogió y lo sentó en su trona. Le dio el desayuno y cuando Olimpia estuvo preparada él se fue a preparar mientras ella acababa con Darío y hacia el desayuno para ellos. Aquel día fue rápido, apenas se vieron en el colegio, ya que en casa se veían cada día, eso les gustaba, tener tiempo para ellos fuera de clase.


Los días fueron pasando, el curso acabó y ahora les esperaba una larga semana...

miércoles, 7 de julio de 2010

Capitulo 6

Olimpia: Voy al baño, en diez segundos ven conmigo.


Martín sonrió y afirmó con la cabeza. A los diez segundos se levantó y se dirigió a allí. Olimpia le esperaba sentada en la tapa del váter. Martín entró y cerró y ella se puso de pié, estaban apretados, pero estaban a gusto. Empezaron a besarse, poco a poco.


Martín: ¿Tú crees que esto es normal?

Olimpia: Más de lo que te piensas.


Siguieron besándose, entonces Olimpia bajó su mano hasta la entrepierna de Martín y empezó a tocale externamente, eso le ponía los pelos de punta. Él, ya que Olimpia quería jugar, empezó a mordisquearle el cuello, eso la volvía loca. Los besos que se daban cada vez tenían más pasión. Poco a poco fueron despojándose de la parte de abajo Olimpia intentó ponerse donde estaba Martín y él al revés, era un espacio muy reducido pero podían hacer lo que quisieran. Él se sentó donde estaba Olimpia anteriormente y ésta se arrodilló y le hizo disfrutar con lo que su lengua podía llegar a hacer. En ese momento picaron a la puerta.


Martín: ¡Ocupado! Ai... Oli...

Persona: ¿Qué está pasando?

Martín: (Con voz seria) Nada... Me ha sentado mal una comida...

Persona: Disculpe señor. (Se sintieron pasos)


En ese momento Olimpia dejó de jugar, miró le miró a la cara y se puso a reír, no pudo aguantarse, aquella situación era tan extrañá.


Martín: (Sonriendo) ¿No vas a seguir?

Olimpia: ¿Quieres que siga?

Martín: Claro.

Olimpia: ¡Pero si esto te parecía una locura!

Martín: Antes...

Olimpia: ¿Y ahora?

Martín: ¡Ahora más aún!


Olimpia se apartó, pero él la cogió por la cara y la besó.


Martín: Pero me encantan las locuras.


Olimpia se puso de pié y se abrió de piernas en ese momento Martín utilizó sus dedos para jugar con su parte más íntima y darle todo el placer que ella se merecía. Olimpia estaba contra la puerta del baño y cada vez que Martín rozaba su clítoris se restregaba contra la puerta removiéndose de placer. Él no quiso que acabara para dejarla con ganas de más, así que Olimpia se sentó encima suyo de espaldas a él y poco a poco la fue penetrando. Empezaron con suaves embestidas, la que más se movía era ella, por estar encima, y poco a poco fueron subiendo el ritmo, Martín aprovechó y le acarició los pechos con suavidad mientras le mordía la nuca, la nuca era donde más de gustaban los besos a Olimpia, la volvía loca con cada uno de los besos que le daba y ella se moría de placer. El primero en llegar fue Martín, pero aun así siguió para darle el placer de acabar ya que antes la había dejado con las ganas. Olimpia tardó un poco más, pero aun así valió la pena. Se removió en el cuerpo de Martín como nunca lo había hecho, se calló todos los gemidos que le salían, ya que los podían escuchar. Bajaron del todo el ritmo y Olimpia dejó caer su peso sobre Martín.


Martín: Me encanta quedarme dentro tuyo sin hacer nada, en este momento somos uno sólo.

Olimpia: Te quiero Martín.

Martín: Y yo a ti Oli.


La volvió a besar en el cuello y ella se levantó y se puso los pantalones, él hizo lo mismo. Primero salió ella, y seguidamente él. Se sentaron en sus asientos y se miraron a los ojos, acababan de empezar la historia de su vida y les encantaba. Martín no sabía lo que le esperaba, pero Olimpia le había preparado una gran sorpresa. En poco más de una hora llegaron al aeropuerto y cogieron un autobús que les llevaría al pueblo de San Antonio, donde pasarían la primera noche. Pasearon por las calles del lugar y tomaron un bocadillo antes de llegar al hotel, el cual no era gran cosa, un sitio muy mediterráneo, todo pintado de blanco y muebles de estilo rural. A parte de hotel era restaurante y tenia varias mesas fuera que en aquel momento las estaban recogiendo. Entraron, dieron el nombre y les dirigieron a la habitación. Martín no se esperaba aquello, una suite de lujo con salón, habitación doble y baño con jacuzzi.


Olimpia: Es la suite presidencial, ¿te gusta?

Martín: Me encanta, pero... ¿Cómo vas a pagar todo esto?

Olimpia: Tranquilo, tenia unos ahorros.

Martín: Pero esto es demasiado O...


Olimpia le calló con un beso.


Olimpia: Calla y disfruta.


Lo único que pudo hacer él fue sonreír y desnudarla por completo. Y él lo hizo mientras Olimpia llenaba el jacuzzi. El resto de la noche transcurrió con mucha agua, gemidos, carreras por la habitación y sexo, sobretodo sexo.


La mañana siguiente amaneció soleada, a las diez el servicio de habitaciones les llevó el desayuno a la cama, un desayuno completo, con café, zumo de naranja, tostadas con mantequilla y besos, muchos besos.


En cuanto acabaron se ducharon y pusieron camino al puerto, donde a Martín le esperaba na gran sorpresa.


Olimpia: Bueno, hoy no te voy a vendar los ojos, pero...¿Ves ese barco de allí? (Señalando un pequeño yate de la otra punta del muelle)

Martín: Sí...

Olimpia: Es nuestro hasta mañana por la tarde.

Martín: Pero no entiendo cómo lo vas a pagar...

Olimpia: Tú tranquilo, está todo arreglado. ¡Raúl! (Gritó a un chico que había al lado del yate) ¡Ven aquí!


Raúl vino corriendo.


Raúl: Hola Oli.

Olimpia: Martín este es Raúl, el chico que llevará el barco.

Martín: Encantado.

Raúl: Igualmente. Cuando queráis podéis subir.

Olimpia: Gracias, ahora vamos.


Raúl se fue y Martín la abrazó.


Martín: Eres increíble, te adoro, te amo, me encanta todo lo que estás haciendo para que esta “invitación a cenar” sea perfecta.

Olimpia: De nada mi amor, ya sabes que por ti lo haría todo.


En ese momento la mirada de Martín se perdió en la nada y visualizó una escena.


Gonzalo: Sandra de la Vega, amor de mi vida y reina de mi corazón, ¿quieres casarte conmigo?

En ese momento alzó la vista y vio a su futura mujer, tenía el cuerpo muy parecido al de Olimpia, pero con la cara un tanto borrosa, no la reconocía.

Sandra: Sí. …¡Martín!


Olimpia: ¡Martín! ¿Estás bien?

Martín: Sí, sí, estoy perfectamente, ¿vamos?

Olimpia: Claro... (Le dio un beso en la mejilla)


Caminaron hacia el yate con cierta preocupación, él no se acordaba de aquella mujer tan parecida a su chica, y con aquél nombre...


La mañana pasó rápida, navegaron alrededor de la isla y comieron en una pequeña cala a la que sólo se podía llegar en barco. Pasaron la tarde tomando el sol, ya que estaban a mediados de junio y hacía mucho calor. Cuando el sol empezó a desaparecer se subieron a bordo y pusieron rumbo a Menorca, aunque no llegaron aquella tarde, cenaron en mitad del mar, con el barco anclado, Raúl les hizo la cena y desapareció, bajando a su camarote y dejándolos solos.


Martín: La cena ha sido perfecta, como tú.

Olimpia: Gracias, tú si que eres perfecto. (Le guiña el ojo y mira al cielo.) ¿Te has dado cuenta de cómo se ven las estrellas y la luna esta noche?

Martín: Sí, ven.


Martín se levantó y llevó a Olimpia a la proa del barco, donde mejor se veía todo. Se sentaron apoyados en la luna de la cabina y se abrazaron, aquella noche fue mágica, fue de ellos, fue la más romántica que habían pasado jamás.

sábado, 12 de junio de 2010

Capitulo 5

Martín: Como quieras.


Se volvieron a besar y ella tomó su camino hacia las aulas y él hacia su despacho. Las clases fueron amenas, pero eran tantas que no pudieron verse ni en la comida, ya que cuando Olimpia comió Martín tenía una reunión en su despacho. Pronto llegaron las cinco y salió disparada hacia la cafetería para ver si su amor estaba allí, pero aún no había llegado así que se pidió un café mientras esperaba, aunque no tuvo que esperar mucho ya que a los dos minutos llegó, así que aprovecharon y merendaron en la cafetería del colegio sentados en la barra.


Martín: ¿Con quién has dejado a Darío?

Olimpia: Con mi madre... y mañana Félix lo recoge, le toca a él.

Martín: Pobrecilla, siempre lo tiene ella.

Olimpia: Ya, pero sino lo tendría que traer al colegio, ya sabes...

Martín: Ya... Deberías regalarle algo a tu madre por lo que hace con Darío...

Olimpia: Sí, había pensado en regalarle un fin de semana en un Spa pero aún no se a cual... ¿Alguna idea?

Martín: No se... Ya buscaré algo. Oye, ¿ella sabe lo nuestro?

Olimpia: Algo sabe... Y quiere conocerte.

Martín: ¿Qué? ¿Tu madre quiere conocerme?

Olimpia: Sí, ¿qué hay de malo?

Martín: Nada Oli, pero me da vergüenza.

Olimpia: (Mirando el reloj) Anda vergüenza vamos que tenemos una tarde muy larga.

Martín: Me das miedo.

Olimpia: Tranquilo, no te voy a matar. (Le guiñó el ojo)


Ambos salieron hacia el coche de Olimpia, iba a ser una noche inolvidable, o eso es lo que ella quería.

En cambio en otra parte de Madrid dos personas discutían sobre la relación de Olimpia y Martín.


Mujer: Esto no puede seguir así, cuando me ha dicho el nombre no sabía qué decirle.

Hombre: ¡Si es quien creemos que es todo el plan se irá al garete!

Mujer: ¡La mitad del plan se fue al garete cuando te separaste de ella estúpido! Como se entere de lo que hicimos tú te llevarás la culpa, no sabes, ¿no?

Hombre: Sí, lo sé, sé que nunca me debí separar de Olimpia pero es lo que tocaba, no la soportaba más, y encima con lo que pasó con Roque.

Mujer: ¡La tendrías que haber vigilado más Félix por favor!

Félix: ¡Lo sé mamá, pero era imposible!

Madre de Félix: Me he hecho pasar por su madre estos tres o cuatro años y no puedo más, no puedo disimular más que para ti estoy muerta y que vives ahora con tu padre.

Félix: Ya pero aún así seguimos teniendo todo el dinero de los De la Vega.

Madre de Félix: ¡Y si la cosa sigue como ahora lo perderemos todo!


Darío se puso a llorar y Félix lo fue a coger.


Félix: Qué pasa peque, papá esta contigo hoy.

Madre de Félix: Ten cuidado con el pequeño, toma coge esto. (Le dio un bolso) Un día de estos vendrá ella a comer con el chico en cuestión, a ver si puedo hacer algo.

Félix: Muy bien. Nos vemos la semana que viene.

Madre de Félix: Está bien, vigila al pequeño, no quiero que Olimpia se enfade, teniendo tu algún día al pequeño hace que nos acerquemos más a ella.

Félix: Puedes estar tranquila, es mi hijo, no le trataré mal.

Madre de Félix: Vale, vale. Que vaya bien.

Félix: (Con el niño en el carro) Hasta el lunes.


La madre de Félix cerró la puerta y se sentó en el sofá, no se podía creer cómo toda la historia que se habían montado se les estaba yendo al garete.

Cerca del aeropuerto de Barajas una pareja se había parado a repostar en una gasolinera, Olimpia le había cogido un par de mudas a Martín y algo de ropa para ella sin que él supiera nada.


Martín: Olimpia, ¿dónde me llevas?

Olimpia: Tú calmate, ahora amor mío tengo que vendarte los ojos.

Martín: ¿Porqué?

Olimpia: Por que sino la sorpresa no tiene gracia.

Martín: Está bien...


Olimpia le vendó los ojos y pusieron el coche en marcha una vez tuvieron en depósito lleno. Ella se dirigió al aeropuerto aunque él no sabía nada. Al llegar ella aparcó y le puso en la espalda una mochila y fueron poco a poco hacia la terminal de donde salía su avión ya que Martín no paraba de tropezar y preguntar a dónde iban. Cuando estuvieron allí le quitó la venda.


Olimpia: Mira hacia arriba, ¿ves el letrero que pone 1255 Vuelo dirección Ibiza?

Martín: Sí, Olimpia...

Olimpia: Es nuestro avión.


Martín fue a decir algo pero le calló.


Olimpia: Es nuestro fin de semana, y como te dije, yo invito.

Martín: ¿No me dejarás pagar nada?

Olimpia: Ya veremos... Pero será algo pequeño, nada de el hotel ni una super cena. Como mucho dos cañitas.

Martín: Si no hay más remedio... ¿Y la ropa?

Olimpia: ¿No te das cuenta de que ambos llevamos mochilas?

Martín: Hubiese preferido maleta.

Olimpia: Ya, pero hubieras sospechado más.

Martín: En eso tienes razón.

Olimpia: Anda, vamos.

Martín: ¿A qué hora sale?

Olimpia: En hora y media.

Martín: Vale.


Olimpia sacó los billetes y facturaron las maletas, seguidamente entraron en territorio internacional, donde habían un montón de tiendas. Olimpia se volvió loca mirando ropa, ya que le gustaba la moda más que un caramelo a un niño. Al rato se fueron a tomar un aperitivo antes de coger el avión ya que llegarían un poco más tarde de la cena.


Martín: Antes has dicho que Félix iría a recoger a Darío a casa de tu madre, ¿tenéis custodia compartida?

Olimpia: Sí, él es el padre y merece que pase tiempo con él.

Martín: Y si lo nuestro prospera...

Olimpia: Pues serás su segundo padre. Tú tranquilo, Darío tiene amor para todos.

Martín: Me gustaría ser como su padre aunque realmente no lo sea.

Olimpia: Seguro que así será.


Se besaron con un beso tierno, un beso dulce, adoraban ese tipo de besos, eran los que declaraban plenamente su amor. Siguieron tomando el aperitivo y al poco rato llamaron para embarcar. Así que se dirigieron hacia la puerta donde tenían que coger el avión y subieron. El avión no era nada del otro mundo, tenían asientos contiguos. En aquel momento las azafatas dieron los avisos y les rogaron ponerse el cinturón hasta que el capitán dijera lo contrario. Martín estaba un poco inquieto y nervioso...


Olimpia: Te pasa algo?

Martín: Los aviones me dan cierto respeto.

Olimpia: Tú tranquilo.


Le tomó la mano y Martín respiró hondo, al poco rato el avión despegó y la luz de los cinturones se apagó.

Olimpia se levantó.


Olimpia: Voy al baño, en diez segundos ven conmigo.


Martín sonrió y afirmó con la cabeza. A los diez segundos se levantó y se dirigió a allí.